Disección de un caballo, grabado del Cours d´Hippiatrique, ou traité complet de la médicine des chevaux, Philippe-Étienne Lafosse, París 1.772

jueves, 27 de enero de 2011

ORIENTE PROXIMO (II) MEDITERRANEO





En 1750 a.n.e., la cultura cretense inició un periodo de apogeo, se construyeron grandes palacios, construcciones complejas con salas de uso religioso, de ceremonias y de banquetes. Había almacenes con reservas de vino, aceite, grano, lana, metales, etc. Alrededor de los palacios estaban los talleres de los artesanos metalúrgicos, de los grabadores y los alfareros. Se conservan magníficas piezas de cerámica y orfebrería. La influencia de Creta sobre las islas del Egeo y el sur de Grecia debió de reforzarse en esta época. Probablemente, fue este periodo el que dio origen a la leyenda griega sobre un poderoso rey cretense llamado Minos, al cual los atenienses debían pagar anualmente un tributo humano para alimentar al Minotauro, un monstruo, hijo de Minos, con cabeza de toro. Ciertamente en Creta se celebraban rituales con toros.

Por estas fechas un terremoto sembró la destrucción en la isla de Creta, que perdió temporalmente su hegemonía en el Mediterráneo. Es posible que los griegos aprovecharan la situación para infligir una derrota a los cretenses. Tal vez esto diera pie a la leyenda sobre Teseo, el príncipe ateniense que mató a Minotauro.l

Durante el siglo XVI a.n.e, la isla de Creta se recuperó de su declive. Se volvieron a construir palacios más grandiosos que los de los tiempos anteriores. Los nuevos palacios tenían un gran patio central con gradas monumentales para espectadores, donde se celebraban competiciones de lucha (algo similar al boxeo, aunque también se golpeaba con los pies) y juegos rituales con toros: unos atletas saltaban sobre los animales y, tras una voltereta, caían de pie. El toro tenía una gran importancia religiosa en esta cultura. La parte de la leyenda griega sobre el Laberinto, que el rey Minos había hecho construir para encerrar al Minotauro, parece remontarse a esta época. Las casas particulares tenían hasta cinco plantas con escaleras interiores. Se conservan pinturas de escenas cotidianas, en las que los hombres juegan a un cierto juego de tablero mientras el ama de casa teje lana, hay escenas de caza, otras de hombres acompañados de perros y gatos, etc. Los cretenses tenían un dios principal poderoso e iracundo, pero también había una diosa Madre a la que se podía rogar que aplacara a su hijo. El rey era descendiente de este dios y, de hecho, era éste quien le decía en cada momento lo que convenía hacer, de modo que oponerse a una orden real era oponerse a la voluntad divina. Todo esto es lo que se desprende de las numerosas pinturas de la época. De los testimonios escritos no se puede concluir nada, pues no se conoce la lengua cretense. La escritura del periodo anterior (la que terminó en 1700 a.n.e) era pictográfica, pero ahora se usaba una nueva en forma de líneas onduladas irregulares (escritura Lineal A).

La cultura cretense se extendió por las islas Cícladas y por el Peloponeso, cuyas ciudades principales a la sazón eran Micenas, Tirinto y Argos. Otras ciudades que más adelante adquirirían importancia eran Esparta y Corinto y, ya fuera del Peloponeso, Atenas y Tebas. Mientras tanto, el dominio de Creta sobre el Mediterráneo fue decayendo en favor de la civilización micénica. Hacia 1450 a.n.e., se aprecian signos de destrucción en muchas ciudades cretenses, e incluso periodos de ocupación griega.

Con el siglo XIV a.n.e., se inicia la llamada Edad Micénica griega. Las ciudades del Peloponeso, con Micenas a la cabeza, arrebataron gradualmente a Creta su dominio sobre el mar Egeo. Al parecer, los griegos micénicos eran el resultado de la fusión entre un pueblo indoeuropeo que llevaba ya siglos ocupando el norte de Grecia con un pueblo nativo no indoeuropeo, conocido como Pelásgico, que ocupaba las costas y las islas. No tenemos muchos detalles de este periodo, pero de algún modo los indoeuropeos grecohablantes absorbieron la cultura de los pelásgicos (que a su vez éstos habían tomado de los cretenses) y se convirtieron en una clase dominante. Prueba de ello es que en 1400 a.n.e., cayó definitivamente en manos de los griegos micénicos la ciudad de Cnosos, y a partir de entonces la escritura lineal A (no descifrada) fue sustituida por una escritura de aspecto similar, la lineal B, que ha resultado ser una forma de griego arcaico. Los documentos descifrados contienen recetas e instrucciones para el trabajo. No hay literatura, ni ciencia, ni historia, por lo que podemos pensar que los micénicos eran una mezcla sencilla de comerciantes, navegantes y guerreros. Tal vez los griegos indoeuropeos fueron los que promovieron la rebelión contra el dominio cretense y ello les diera a su vez el predominio sobre los pelásgicos. La lengua pelásgica debió de conservarse en un segundo plano frente a la griega durante varios siglos. Por su parte, los griegos situados más hacia el interior no recibieron con igual intensidad la antigua cultura cretense, sino que permanecieron en un estadio más primitivo frente a los griegos micénicos. Es probable que esta diferenciación cultural se corresponda con la diferenciación de dos de los dialectos más importantes del griego clásico: los griegos micénicos debían de hablar el dialecto jónico, mientras los griegos del interior debían de hablar el eólico. La cultura micénica se extendió hasta el sur y el centro de Italia.

El hierro llegó hasta Grecia. Hay constancia de que las tribus eolias que habitaban la Grecia interior, menos civilizadas que las tribus jónicas de la Grecia micénica, importaban del norte hierro fundido en pequeñas cantidades, si bien no lo fabricaban. Los historiadores griegos se refieren a estas tribus con el nombre de Aqueos. No hay muchos datos sobre quiénes eran los aqueos. Tal vez fueran simplemente los griegos eólios o tal vez éstos absorbieron, pacíficamente o no, a nuevas tribus del norte que les trajeron el conocimiento del hierro junto con nuevos rasgos culturales. Por ejemplo, una costumbre diferenciada de los aqueos que permite seguirles el rastro frente a los micénicos es que en lugar de enterrar a sus muertos los incineraban. La incineración parece haber surgido con las nuevas técnicas de fundición que requería el hierro. Los aqueos debieron de ser un pueblo más rudo que los micénicos, pero éstos debieron de ver en ellos un refuerzo conveniente para sus campañas militares.

Combinando la arqueología con la tradición griega posterior, la Grecia micénica ofrece esta imagen: había una oligarquía dominante (probablemente indoeuropea, frente a un pueblo de origen pelásgico). Los nobles son carnívoros y prefieren los lechones, mientras que el pueblo es vegetariano y se alimenta principalmente de trigo tostado y pescado. Los nobles beben vino y usan la miel como edulcorante, mientras que el pueblo bebe agua. La propiedad de la tierra está vinculada a la familia, en cuyo seno rige una especie de régimen comunista. No hay una división del trabajo en oficios, sino que cada familia se fabrica lo que necesita. Hasta el rey siega, cose y clava tachuelas. No labraban metales, sino que importaban el bronce del norte y, en escasas cantidades, el hierro. Usaban carros tirados por mulos, aunque eran caros y pocos podían permitírselos. Había esclavos, pero poco numerosos y, por lo general, bien tratados. Principalmente eran mujeres que se ocupaban de las labores domésticas. Usaban el oro como dinero (a peso, sin acuñar monedas), pero sólo para transacciones importantes, lo habitual era pagar con pollos, medidas de trigo, cerdos, etc. La riqueza de una familia no se medía por su dinero sino por sus posesiones. Daban gran importancia a la elegancia y la belleza física. Sus trajes eran de lino, a modo de saco con un agujero para la cabeza, si bien trataban de adornarlos con bordados y otros detalles. Un buen vestido era considerado como algo muy valioso. Las casas de los pobres eran de adobe y paja, las de los ricos de piedra y ladrillo. Constaban de una estancia única con un agujero en el techo a modo de chimenea. No tenían templos, sino que las estatuas de los dioses quedaban al aire libre.

Por esta época debió de empezar a cobrar importancia la ciudad de Troya. Estaba situada en la costa de Anatolia, en un lugar estratégico para controlar el paso por el Helesponto, un estrecho que comunica el Mediterráneo con un pequeño mar, la Propóntide, que a través del estrecho del Bósforo comunica a su vez con el Mar Negro. El Mar Negro, ofrecía grandes posibilidades para el comercio, alejado del disputado Mediterráneo y con una extensa costa llena de pueblos no muy civilizados a los que se podía ofrecer artículos de lujo a cambio de minerales y otras materias primas. Algunos comerciantes llegaron incluso a China por esta vía, de donde importaban artículos exóticos, como el Jade. Así pues, Troya estaba en condiciones de aprovecharse directa e indirectamente de este comercio, sin más que exigir un tributo a todo el que quisiera cruzar el Helesponto.

No se sabe a ciencia cierta quiénes eran los troyanos. La ciudad estuvo habitada desde mucho tiempo atrás, pero ahora había caído bajo el control de una nobleza grecohablante. Tal vez fueran griegos micénicos que la habían ocupado a modo de colonia, pero es más plausible que los "nuevos" troyanos fueran un grupo de cretenses que, ante la decadencia de su nación, decidieron trasladarse a un lugar más propicio para "volver a empezar". Su buen conocimiento del Mediterráneo les habría llevado a Troya, donde habrían sometido a la población asiática y se habrían convertido en un molesto rival para los griegos micénicos.

jueves, 20 de enero de 2011

Oriente próximo. (I)





La documentación egipcia nos brinda aspectos interesantes, las invasiones de asiáticos semitas en el Primer Periodo Intermedio demostraron a Egipto la necesidad de controlar Palestina como zona de contención. Tradicionalmente se ha venido diciendo que los invasores hicsos eran hurritas, con elementos culturales indoeuropeos, sino, mezcla real, y algunos semitas incorporados, hoy se prefiere, más bien, suponer mayoría semítica en este movimiento pues aparecen nombres semíticos claros, algunos muy cercanos a los bíblicos, en escarabeos de los dominadores hicsos.

Aún más al este, en China, tras el largo periodo de la dinastía Xia, se instauró la primera dinastía de la que se tiene un auténtico conocimiento histórico: la dinastía de los Chang. Su capital estaba en la ciudad de Erlitou y dominaba una buena parte del valle del río Amarillo. La organización política era rudimentaria y no estuvo exenta de tensiones y luchas con los vecinos. Durante el reinado de los Chang se fijaron los rasgos específicos de la antigua China: la escritura actual, el transporte mediante carros, la fundición del bronce, y una organización política estructurada en torno al rey y la capital.

Mesopotamia y Egipto son las piedras angulares de la historia escrita. Durante largo tiempo, estos dos primeros grandes centros de civilización dominan la cronología y pueden tratarse de forma más o menos aislada. Pero evidentemente su historia no es toda la historia del mundo antiguo, después del 2000 a.n.e., los movimientos de otros pueblos ya estaban dividiendo al mundo en nuevos modelos. No hay una unidad simple y evidente para esta historia ni siquiera en el creciente fértil, que durante largo tiempo continuó mostrando más creatividad y dinamismo que ninguna otra parte del mundo.

En algunos lugares, los pueblos ya establecidos resisten durante siglos, en otros, se convirtieron en siervos de nuevos conquistadores que llevaban migrando desde siglos antes, o fueron expulsados por ellos. No parece probable que los nuevos conquistadores se asentaran siempre en las tierras que asolaban, pero acabaron con estructuras políticas existentes y el futuro se construiría sobre sus tronos. Este panorama es confuso en el mejor de los casos, y sólo quedan testimonios fragmentarios de parte de él. La historia se aceleraba y la civilización proporcionaba al ser humano nuevas oportunidades, en lugar de sumergirnos en la avalancha de acontecimientos, vale la pena que tratemos de comprender algunas de las fuerzas de cambio que actuaban La más patente de estas fuerzas sigue siendo la de las grandes migraciones humanas, su modelo básico no cambia mucho durante mil años aproximadamente después del 2000 a.n.e., ni tampoco los protagonistas étnicos. La dinámica fundamental es la que proporcionaba la presión de los pueblos indoeuropeos sobre el Creciente Fértil, tanto desde el Este como desde el Oeste, la variedad y el número de éstos aumentan.

Lo sorprendente sería sin duda que los imperios y reinos de la antigüedad no hubieran sido finalmente frágiles, ya que actuaban también otras nuevas fuerzas que multiplicaban los revolucionarios efectos de los desplazamientos masivos de las poblaciones. Una de ellas, que ha dejado profundos rastros, es el perfeccionamiento de la técnica militar. El acceso a los pastos altos del Norte y del Este del Creciente Fértil les abrió las puertas a las reservas de caballos de las tierras de los nómadas, en los valles fluviales los caballos eran al principio escasos, apreciadas posesiones de reyes o de grandes jefes, y los bárbaros disfrutaban por tanto de una gran superioridad militar y psicológica. La guerra cambió también con la aparición de los jinetes. Un soldado de caballería propiamente dicho no sólo se mueve a caballo, sino que combate a caballo, este arte tardó mucho en desarrollarse, dada la complejidad de manejar un caballo y una lanza o un arco al mismo tiempo. La equitación procedía de las tierras altas de la meseta irania, donde puede que se practicara ya en el 2000 a.n.e., y se difundió a través de Oriente Próximo y del Egeo mucho antes del final del siguiente milenio.

Las ventajas militares del hierro son manifiestas y no sorprende que su uso se difundiera con rapidez por todo el mundo, pese a los intentos de limitarlo por quienes lo poseían. Al principio, fueron los hititas. Tras su declive, el forjado del hierro se extendió con rapidez, no sólo por que era un metal más efectivo para la fabricación de armas, sino porque el mineral de hierro, aunque escaso, era más abundante que el cobre o el estaño. En la agricultura los pueblos que lo utilizaban podían cultivar suelos impenetrables hasta entonces. Ya en el siglo XI a.n.e., se utilizaba el hierro para fabricar armas en Chipre. La industria del hierro experimentó un rápido progreso en la meseta irania, en el Cáucaso, y en Asiria y Canaán, desde donde se extendió a toda Mesopotamia. En la península Ibérica, la metalurgia del hierro fue introducida por poblaciones indoeuropeas.

La demanda de metal contribuye a explicar otro cambio: el nuevo y cada vez más complejo comercio, tanto dentro de la región como a gran distancia, en una de esas complicadas interacciones que parecen conferir cierta unidad al mundo antiguo. El estaño, por ejemplo, tenía que transportarse desde Mesopotamia y el actual Afganistán, así como desde Anatolia, hasta lo que ahora llamaríamos centros de transformación. El cobre de Chipre era otro producto que conoció un amplio comercio, y la búsqueda de más minerales dio a Europa, pese a estar en los márgenes de la historia antigua, una nueva importancia.

El comercio a gran distancia depende del transporte. Al principio, los productos se llevaban a lomos de asnos y bueyes; la domesticación de caballos a mediados del segundo milenio a.n.e., hizo posible las caravanas comerciales de Asia y la península Arábiga, que posteriormente parecerían de inmemorial antigüedad y que abrió un entorno hasta entonces impenetrable, el del desierto. Salvo entre los pueblos nómadas, probablemente la rueda no tuvo más que una importancia local para el transporte, dada la exigua calidad de los primeros caminos. Probablemente para acarrear grandes cantidades de productos el transporte marítimo y fluvial era ya más barato y sencillo que el terrestre. Mucho antes que las caravanas empezaran a llevar hasta Mesopotamia y Egipto las gomas y resinas de las costas árabes del sur, las transportaban los barcos por el mar Rojo y las mercancías iban y venían en navíos mercantes por el mar Mediterráneo.

Incluso en épocas recientes se intercambiaban o hacían trueques de productos, y sin duda eso fue lo que significó comerciar durante la mayor parte de la antigüedad. Pero el invento del dinero supuso un gran paso adelante. El primer medio de intercambio sellado oficialmente que ha llegado a nuestros días procede de Capadocia, tiene forma de lingotes de plata y corresponde a finales del tercer milenio a.n.e., una auténtica moneda de metal. Los mecanismos monetarios refinados (Mesopotamia tenía un sistema de crédito y efectos de cambio en épocas muy tempranas) ayudaron a promover el comercio.

La vida urbana también ofrecía una nueva intensidad de creatividad cultural, una nueva aceleración de la civilización. Una señal de la aceleración de la civilización es la difusión de la escritura. Los reyes se rodean de burocracias y los recaudadores de impuestos buscan recursos para realizar empresas cada vez mayores. La ley se convierte en una idea aceptada generalmente, ahí donde penetra, se produce una limitación, aún cuando al principio sólo fuera implícita, del poder del individuo y un aumento del que ostenta el legislador. A pesar del nuevo cosmopolitismo que permitió unas relaciones y una influencia recíproca más fructíferas y fáciles, las sociedades tomaros caminos muy diversos. En el pensamiento, la expresión más llamativa de esa diversidad es la religión. Aunque algunos han creído ver en la era preclásica una tendencia hacia sistemas más simples y monoteístas, el hecho más evidente es la existencia de un enorme y variado panteón de divinidades locales y especializadas, que en su mayoría coexistían en tolerancia, con sólo alguna indicación ocasional de que un dios estaba celoso de su distinción.

Junto con la prosperidad agrícola, el comercio hizo posible una civilización de considerable solidez. La nueva civilización que al final surgiría de los siglos de confusión debió mucho a la reanudación de las relaciones Este-Oeste. Fue muy importante que los helenos (nombre con el que se distinguía a los invasores de Grecia respecto a sus antecesores) se extendieran por las islas y hasta el continente asiático, proporcionando muchos puntos de contacto entre dos mundos culturales. Pero no fueron ellos los únicos lazos entre Asia y Europa, los intermediarios de la Historia Universal, los grandes pueblos comerciantes, siempre llevaron consigo las semillas de la civilización. Los cananeos de la costa y los fenicios fueron uno de los más grandes agentes transmisores de civilización, pero eso, de grado o de fuerza, también lo habían sido otros: los minoicos y los micénicos por su difusión de una cultura y los helenos y dorios por su agitación del mundo étnico del mar Egeo.

La “confusión” es una cuestión de perspectiva. Durante alrededor de ochocientos años desde el final de Cnosos, por ejemplo, la historia del Oriente Próximo es, en efecto, muy confusa. Los invasores llegaban y se marchaban con rapidez, algunos de ellos dejando tras de sí algunas comunidades, mientras otros fundaban nuevos Estados que sustituían a los que derrocaban. Esta situación apenas podían entenderla quienes no eran conscientes de estos hechos más que ocasionalmente y de forma repentina, cuando (por ejemplo) quemaban sus casas, violaban a sus mujeres y se llevaban a sus hijos como esclavos; o, por decirlo con menos dramatismo, cuando descubrían que un nuevo gobernante iba a recaudar más impuestos. Tales acontecimientos serían lo bastante preocupantes, por no emplear una palabra más enérgica. Por otra parte, seguramente millones de personas vivieron aquella época sin conocer un cambio más espectacular que la llegada un día a su aldea de la primera hoz o espada de hierro; cientos de comunidades vivieron dentro de un sistema de ideas e instituciones que permaneció inmutable durante muchas generaciones. Ésta es una reserva importante que no hay que olvidar.

En el continente euroasiatico, los pueblos errantes se movían en una zona donde había centros consolidados de gobierno, estructuras políticas poderosas y duraderas, y numerosas jerarquías de especialistas en administración, religión y aprendizaje. Esto explica en parte por qué la llegada de nuevos pueblos destruye menos lo que ya se había logrado en el Egeo. Otra fuerza conservadora la constituía el largo contacto que muchos de los bárbaros tenían ya con la civilización en esta región, lo que hizo que no desearan destruirla, sino disfrutar de sus frutos. Estas dos fuerzas contribuyeron a largo plazo a difundir más la civilización y a producir el creciente cosmopolitismo de un oriente Próximo grande y confuso, pero civilizado e interconectado.