Disección de un caballo, grabado del Cours d´Hippiatrique, ou traité complet de la médicine des chevaux, Philippe-Étienne Lafosse, París 1.772

jueves, 27 de octubre de 2011

VETERINARIOS, ALBEITARES Y MARISCALES (I)




En un edicto de Diocleciano, año 301, se tasan los precios de los alimentos y se fija el arancel de los profesionales, en esta disposición se incluye a los “mulomedicus” en los siguientes servicios: “Al veterinario por cortar la crinera y por recortar el casco, 6 denarios, al mismo, por una sangría y por el tratamiento de la cabeza, 20 denarios“, los “mulomedici” eran empleados del servicio de correos imperiales para el tratamiento de caballos y mulos que transportaban la correspondencia. Llegamos al siglo V y las invasiones bárbaras, afortunadamente la “noche de la ignorancia” medieval se va esclareciendo con las constantes aportaciones de la moderna investigación histórica.

Hay dos hechos ya en la Baja Edad Media que influyeron poderosamente en la vida y desarrollo de la profesión veterinaria, uno que hace referencia a su nombre, aparece el “mariscal”, otro, el descubrimiento de la herradura de clavos, éste último es decisivo en la transformación de la actividad profesional y de la significación del veterinario, aunque hechos heterogéneos, guardan mucha relación mutua y marcan, los dos juntos, un hito señero en la historia universal de la veterinaria. Entre los antiguos pueblos germánicos el cargo de mariscal era asignado al jefe de doce caballos, su soldada era de 40 sueldos de oro, en la organización del medioevo el mariscal de feudo, el “Marstall” en Alemania, conservaba el gobierno del caballo, era el encargado de su cuidado y de su salud, pero él no ejecutaba por sí mismo el tratamiento de los caballos enfermos o heridos, tenía, sin embargo, la dirección y responsabilidad, en ocasiones, pues, ejercía de veterinario, aunque las operaciones manuales las hiciera un ayudante o palafrenero.

En estos siglos se borra la palabra veterinario y goza del favor la voz mariscaleria y mariscal, dicción que perduró durante muchos siglos en los países centroeuropeos, en Italia, y en los reinos de Aragón también se empleaba esa palabra, en cambio, en Castilla y en Portugal, aceptaron la voz arábiga Albeitería y albéitar. Los mariscales y albéitares, es decir, los veterinarios del medioevo, se reducen a tratar las enfermedades de los équidos, ejercen personalmente la profesión, ajenos totalmente a otras actividades. La práctica del herrado con herradura de clavo dio origen a un oficio, el de herrador, oficio que en su origen aparece desligado y alejado de toda relación con la práctica de los mariscales o de los albéitares, es decir, del médico de caballos, los herradores del medioevo eran menestrales que sólo practicaban el arte de herrar, en el arranque inicial no hay confusión entre la obra manual y la parte clínica.

Durante la dominación musulmana y la reconquista se comprueba la existencia de veterinarios en España, el citado Abu Zacharia menciona en su obra la práctica los albéitares, indicando la costumbre de algunos de dedicarse a una sola especialidad: dar fuego, sangrar, etc..., en la España cristiana también existían albéitares y “ferradores”, que ejercían la facultad como tales profesionales, los redactores de las “partidas” de Alfonso X, el Sabio, se creyeron obligados a señalar la responsabilidad y la penalidad, con la dureza propia de la época, en que incurrían los malos albéitares y los malos herradores, indicación que fue recogida en el texto de algunos fueros locales, disposiciones que acusan una existencia muy antigua y muy extendida de ambas profesiones. Descubierta la herradura de clavos, surge un oficio, un artesano, el herrador, el arte de herrar es un oficio manual que se clasifica en esta época entre los menestrales, el herrador o “ferrador” se establece tanto en el ámbito urbano como en los lugares rústicos, donde quiera que los équidos tuvieran aplicación como elemento de fuerza, el primitivo herrador hacía base de su vida el arte de pegar muchas herraduras, y, sin duda por la escasez de albéitares se le obligó a extender su actividad a la medicina de los équidos, esta ampliación de funciones acarreó la necesidad de mejorar su escasa cultura, la rutina de lo que vio y aprendió durante su aprendizaje formaban el caudal práctico, pero, al mismo tiempo, algunos de ellos se iniciaron en la lectura de los manuscritos.

La consideración social de algunos herradores era muy superior a la de simples pecheros, en las actas del Consejo de Madrid figura el expediente incoado, el 15 de octubre de 1.478, por Gil Rodríguez, herrador, aportando pruebas para ser reconocido como “caballero de alzada”, es decir, caballero que tenía la obligación de pasar revista a caballo y contaba con caballo, arneses y armas de guerra. El panorama profesional en los finales de la Edad Media era el siguiente, muchos “ferradores” que atendían a las necesidades del arte de herrar y, al mismo tiempo, eran conocedores de unas cuantas recetas y prácticas empíricas que aplicaban al tratamiento de las enfermedades de las bestias, existían también albéitares que se preocupaban de la clínica hípica, escasos en número, generalmente agregados a la servidumbre de los Reyes y los grandes magnates que sostenían una numerosa caballeriza, en las ya citados actas municipales de Madrid, correspondientes a los años 1.400-1.600, figuran varios herradores, algunos concurrían a las sesiones del concejo en calidad de “hombres buenos y pecheros”, con fecha 14 de febrero de 1.481 el municipio concede “licencia al maestro Pedro, herrador, para hacer un potro de madera... en la plaza del mercado”, en la sesión de 14 de septiembre de 1.483 se acordó recibir a Alonso Covarrubias, herrador de Móstoles, “por vecino de casa poblada”, hay también documentos donde figuran Fernando, Antonio, Joan... como testigos, y todos se titulan herradores, no citan a ningún vecino con el título de albéitar o veterinario.

La tabla de Procesiones Anuales y perpetuas del Capítulo General de Racioneros de la ciudad de Teruel, en el siglo XIII, indica que el oficio de Herreros y Caldereros es el único de los que trabajan el metal que celebra la fiesta del patrón, venerando a San Edigio, el moderno San Eloy. Según el calendario cristiano su fiesta es el uno de diciembre, pero estos herreros la conmemoran en la última semana de agosto, aprovechando el mejor clima, realizan misa, procesión y rezos en la iglesia de San Andrés, por los que satisfacen reglamentariamente 50 sueldos jaqueses al Capítulo. Los honorarios de estos herreros están establecidos por las normas forales, por herrar un caballo cobran un sueldo jaques, por una mula, 8 dineros, y por un asno, 6 dineros. Si el dueño tiene herradura, sólo cobran un dinero por los clavos y el trabajo de herraje, no pudiendo negarse a la tarea, pues serían sancionados por el almotacaf con cinco sueldos jaqueses.

A pesar de haber caído tan hondo la práctica de la medicina veterinaria, se produce, en España precisamente, un fenómeno único en la historia de la profesión, a saber: la creación de la Albeitería con verdadero contenido científico, la hipiatria quedó detenida, hemos visto, en los hipiatras bizantinos, después hubo un gran foco en Nápoles y Sicilia, los verdaderos continuadores de la hipiatrica fueron los albéitares hispanos en una prolongada trayectoria que llega hasta la fundación de las Escuelas de Veterinaria, en España, desde el herrador menestral se evoluciona directamente al albéitar facultativo. En cambio, en otros países, desde el mariscal, caballerizo, se llega al veterinario, los herradores no influyeron apenas en estos lugares, en la evolución científica de la profesión.

Desde el siglo XVI cuenta España con una pleyade de ilustres albéitares, autores de obras excelentes para la ciencia y sus aplicaciones prácticas, en cambio, la literatura de otros países, cita solamente, o principalmente, nombres de caballerizos que labraron el progreso de la ciencia veterinaria, estos son: Mang Seuter (1.584), Fugger, ambos eran caballerizos (stallmaister), G.S. Winter (1.634), de Sole y Sel, afamado caballerizo francés, autor de Le parfait marechal (1.664), V. Loechegsser (siglo XVI), autor de un libro de veterinaria, Ayver de Gotinga, el maestro Rohlwess, V. Hoschstetter de Stuttgart, V.Siud, Authenriets, Bourwinghaussen, Daum y el italiano Caracciolo (siglo XVI), autor de La gloria del caballo, Fiorentini de Maguncia (siglo XVI) autor de un magnífico tratado de enfermedades del caballo, “Traktat Rossenzeney”, y, sobre todos, sobresale el más conocido, el caballerizo francés Bourgelat, fundador de la primera escuela veterinaria de Lyón, uno de los veterinarios más afamados de su época. Frente a esta lista de caballerizos, hipiatras, España presenta una mucho más completa de albéitares profesionales que han dejado obras maestras de medicina veterinaria.

¿Dónde se refugiaría la medicina de los équidos, tan cara a la consideración de reyes y magnates y tan necesaria a la sociedad?, No fue en otro lugar que en los monasterios, donde se refugio toda la sabiduría antigua, y desde aquí fue trasmitida por los monjes a los caballeros cristianos, especialmente a los que formaban las mesnadas de las Ordenes de Caballería, obligados, como estaban, a conocer la hipiatria para cuidar su único capital, el caballo, que les hacía nobles y libres, algunos de estos caballeros profundizaron más en el conocimiento de la ciencia y merecieron el título de albéitares con que Alfonso X les distinguió. Estos caballeros que destacaron en el conocimiento de la hipiatria, lógicamente, tenían que manejar el latín, la lengua escrita en aquella época, y estar motivados vocacionalmente por la medicina, no importa cual, si humana o animal, distingos no bien contemplados por aquel entonces, que todo se reducía a la aplicación remedios curativos, unos minerales, como alumbre, salitre, sulfato de cobre, y otros, a base de plantas, como menta, hinojo, anís, ricino, adormidera, etc..., más tarde los árabes añadirían a éstas, otras plantas traídas de la India como el cáñamo y el sen, y minerales como el alcanfor, la nafta, el bórax, el arsénico, etc...

Son pues, de estos dos estamentos, monjes y caballeros, donde se resguardaba la medicina veterinaria, los que optarían al título de albéitar que el rey Alfonso X el Sabio instituyó en las Partidas, en España se carecía de un nombre para llamar al veterinario, ya hemos dicho que esa voz desapareció por completo, en cambió sí echó raíces el nominativo “menescal” o “manescal” muy utilizado, sobre todo, en Aragón y Cataluña y Valencia, donde alcanzaron gran desarrollo y una muy estimable aportación al acceso cultural. A estos profesionales de la medicina del caballo, innominados en algunos casos, en otros menescales, fueron a los que el rey Sabio oficializó en las Partidas con el nombre árabe de albéitares.

Pero, mucho antes de figurar en las Partidas ya se conocían con este nombre, en un documento correspondiente a febrero de 1.175 se dice: “venta de una habitación en el barrio de la Iglesia de Santa Justa, cerca de las tiendas de los herreros, lindando con el corral llamado del Albéitar”, no sabemos si se trataba de un albéitar morisco, pero en todo caso, los textos del infante D. Juan Manuel ya aconsejan en el libro del Caballero y el Escudero “que si la adolece alguna bestia, busca el mejor albéitar que puede”. Ejercían estos albéitares, no herradores todavía, en la corte del Rey y en las casas de los grandes magnates del feudalismo, pero su número era muy escaso, de ahí la obligatoriedad que tenían, los que eran armados caballeros, de conocer la hipiatria, para cuidar sus caballos y “guarecerlos de las enfermedades que oviesen” se lee en la ley X, titulo XXI, partida 2ª.